Febrero es un mes de esperanza

Febrero es el mes en el que la naturaleza renace, en que la esperanza surge en el horizonte: los días se van haciendo más largos, el frío da sus últimos coletazos, la nieves brilla en las cumbres con el inicio del deshielo, florecen almendros y cerezos con tímidos tonos rosas y blancos níveos.

Pero para muchos febrero es un mes ansiado por una única razón: el 14 de febrero.

Para muchos es el día que marcan y rodean efusivamente en su calendario para reanimar su relación de noviazgo o de matrimonio, porque amenaza con morir de un momento a otro por infarto o insuficiencia respiratoria.

Además de los abundantes ejemplos de cursilerías y vergüenza ajena, tampoco debemos caer en el cuñadismo de algunos que afirman que no habrá auténtica paridad hasta que, además de hombres con ramos de rosas en sus manos, veamos a mujeres ir a su cita con una caja de cervezas.

Recordemos la esencia de la fiesta, tan desfigurada hoy en día por el sentimentalismo y un concepto erróneo del amor, que creen similar a hinchar un colchón (soplar y poner parches sólo cuando ven que se desinfla y se van al suelo): Un sacerdote en la antigua Roma que casaba a novios cristianos de forma clandestina, para evitar que tuvieran que realizar los rituales paganos o asumir el matrimonio concertado por su familia. Es decir, es un canto a la libertad en la cuál sólo puede surgir el amor, que se enfrenta a los ídolos paganos de aquel tiempo y de este nuestro presente: el dinero y el bienestar material; la sexualidad desligada del amor, de la entrega y de la procreación; los respetos humanos del «qué dirán» y el derroche y la fastuosidad que acaban sustituyendo el verdadero sentido del matrimonio: Ella y él, que se aman y se juran ante Dios y los testigos presentes, quererse, respetarse, amarse y cuidar el uno del otro en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en toda circunstancia hasta el final de sus días. De realizar juntos una imagen de Dios en la tierra que sirva de faro para ser el rostro amable de Cristo y su Iglesia parar sus hijos y para los demás hombres y mujeres de su entorno.

Creo que en san Valentín se debería hacer más referencia a la figura de Abraham, aquel hombre bueno, fiel y confiado, que, junto a su mujer, abandonó su tierra y su vida para vivir el plan de Dios. Creo que los exégetas no ponen suficientemente el acento en que aquel hombre dócil, fue feliz y santo porque cuidó, con grandes esfuerzos de Sara, su mujer y ella le ayudó – no siempre con acierto- a cumplir la misión encomendada por Dios. No se entiende la figura de Abraham y su bondad sin la siempre presente y laboriosa Sara, pendiente de todos y con un corazón que acoge a todo el que está cerca, peregrinos errantes y a su marido cuando cavila las incertidumbres que supone el plan de Dios para ellos.

Febrero nos muestra el lado «bonito» pero también nos busca enseñar que no todo es carnaval en la vida. Que también es mes de sacrificios y renuncias voluntarias, que el plan romántico del día 14 ha dejado un gran agujero en el bolsillo y habrá que hacer esfuerzos y que empieza la cuaresma, que con San Valentín no termina, sino que debemos volver la mirada a Dios para ser capaces de esa entrega por amor.

Ahora, en un tono más intimista, te quiero contar algo:

Quiero decirte que, cada vez que nos despedimos y te marchas, siento que acabo de ser expulsado del Edén, que se ha acabado mi «tiempo de gracia», que vuelvo al frío mundo, donde los gestos más heroicos consiste en meter en cintura a un adolescente rebelde o doblar los calcetines que se amontonan en el cesto desde hace semanas.

Cada rato contigo es un anticipo del Cielo, un momento eterno, donde el tiempo parece detenerse, pero dónde siento lo que sintieron los apóstoles en el Tabor: Una sensación de plenitud, de sentirme capaz de amar incondicionalmente, de recibir amor de forma gratuita, sin precio tasado. Donde el cariño se desparrama, se vierte sin miramientos, sin cálculos egoístas ni estratégicos.

Sólo cuando estoy contigo se desvanece esa nube de sospecha, de maledicencia, de pesimismo melancólico, la desazón constante por vivir en un mundo que cambia y se transforma demasiado rápido y yo apenas he dado un par de pasos.

Comprendo cada vez mejor eso de que un noviazgo aspira a forjar entre dos un solo corazón, porque cuando no estás siento que me falta algo, que me faltas tú. Por tanto, hasta que llegue ese momento, me conformo con coleccionar pedacitos de Edén, que consigno en mi libreta de luchas y recuerdos, para atesorar una vida que desea llegar a ser plena, vivida, santificada y exprimida en tu servicio y en el de Dios.

Enero: ¿Es recomenzar?

Enero se presenta siempre con ilusión en los últimos días de diciembre. Vemos enero como la gran oportunidad que estaba esperando nuestra vida para tomar los derroteros que nos llevarán al éxito, al bienestar, a la fama o a lograr tantas cosas como nos habíamos propuesto en el año anterior.

Enero huele a promesa de redención, sabe a nuevo comienzo, tiene el tacto de un primer beso que despierta en nosotros nuevas emociones y nuevas ilusiones, su color es el azul oscuro que va a romper en luz, porque ese es el color del alba, el instante anterior a que salga el Sol

Enero es deseado durante una semana antes de que nazca el mes. Sin embargo, Enero nos resulta tedioso desde justo el momento posterior a Nochevieja y sus celebraciones.

Enero es como una gran resaca, donde descubrimos que todo ha sido un instante de euforia pero que ya ha pasado y ahora toca volver a la vida real. Sentimos la boca pastosa, se nos empiezan a atragantar los últimos polvorones, nos duele la cabeza al recordar los asuntos pendientes del trabajo o los nuevos compromisos familiares, laborales y sociales, que esperaban agazapados tras las navidades.

Enero es tedio y rutina mal llevada. Es darse cuenta de que lo único que ha cambiado con el paso de año han sido tus ilusiones asesinadas por la pereza. Es percibir que la noche oscura tal vez sea para siempre, que la luz llegará demasiado tarde.

Enero es momento de replantearse la vida, el trabajo o las amistades. Enero es triste, enero es uno de los meses con mayor tasa de defunciones, la gente piensa que como ya ha logrado pasar de año, ya todo da igual.

Enero suena a «Nocturno» de Chopin, a Romanticismo musical, a banda sonora triste y lenta, como el que acaricia tecla a tecla de un piano con la única intención de que el sonido se prolongue y rasgue el alma en medio de un silencio monótono. Con languidez y sin ganas, casi dejando que los dedos se posen.

Enero termina como termina la consulta del dentista cuando te sacan una muela del juicio: con alivio y tristeza por haber perdido una parte de ti.

Terminamos enero sabiendo que la cuesta arriba está ya terminando y hemos llegado justitos de fuerzas.

Comienza febrero, que trae vientos de cambio y el renacer de la naturaleza, las primeras flores en los almendros y cerezos. En febrero llegarán los carnavales la diversión fugaz sin límite. Por eso nos alivia y nos pesa haber dejado atrás enero, porque pensamos que «ahora sí que vendrá lo bueno».