El verano en agosto tiene un sabor extraño

El verano en agosto tiene un sabor extraño

Agosto tiene un sabor dulce, de despreocupación, de infancia eterna, de huida de los problemas y lo que nos hace sufrir.

El tiempo se nos pasa entre diferentes fases de un sueño ligero, duerme-vela sofocante por el calor, entre medias siestas, aferrados a las lecturas que cuidadosamente -o no- seleccionamos en las últimas semanas antes del merecido descanso.

En agosto languidece el tiempo y por la noche, cuando ésta no se alarga, se nos antoja fugaz y anodino el día pasado, improductivo la mayoría de las veces.

Pero nos regocijamos en esa banalidad, en ese dejar pasar las horas, tumbados o recostados en un sillón, sofá, colchón, toalla de playa o piscina.

Agosto tiene un sabor salado. Nos sentimos dichosos o nos entra la nostalgia de veranos más productivos, mejor invertidos, donde aún buscábamos saber quiénes somos, de qué éramos capaces; y no nos conformamos con respirar y yacer en un prado verde o unas dunas de arena suave, acariciados o fustigados por los rayos del Sol.

Agosto huele a pólvora de fiestas patronales, a festín al anochecer mirando el horizonte, impávidos ante un espectáculo de naranja, rojo fuego, violetas y azules profundos que nos indican la extinción de nuestro día. Apenas parpadeamos y las tonalidades cambian. Pero sabemos que el tiempo aún corre y que la noche es joven.

Son días de cenas de sardinas asadas o un buen churrasco, regado con caldos locales, y copas de balón o vasos de medio suspiro rebosantes de gélidos -por ser fríos- y dulces besos, mientras la tertulia de sobremesa avanza y la noche rejuvenece nuestros espíritus. Incluso, cuando el ánimo y la jovialidad aún no han decaído, bailamos al son de canciones que juramos nunca olvidar.

Agosto tiene sabor amargo, de pólvora quemada y que ya nunca más será prendida. De desengaños amorosos o de conquistas que culminan, para darse uno cuenta que en Septiembre vuelve a la rutina y el desengaño de la separación que juramos será temporal pero que, como el otoño, se marchita con las primeras heladas de noviembre.

Agosto es al verano lo que el lucero del alba a la noche. Indica un cambio, un tiempo que sabemos que termina y que apenas hemos podido saborear, pues tenemos la sensación de que acaba de empezar.

Agosto tiene un sabor agrio de sudor compartido, de lucha ancestral contra el activismo y la pereza al mismo tiempo.
Agosto otorga lozanía a nuestros proyectos y nos convence de que es necesario mucho más tiempo y fuerzas para afrontarlos y que ya el próximo año será. Y la mole de nuestras ilusiones y expectativas se desinfla, al comprobar que sólo necesitamos para sentirnos felices de buenas compañías y lugares donde trasnochar.

Agosto es como la fase final de una traca de fuegos artificiales, donde esperas en cada segundo un estruendo mayor que el anterior. Pero que, de repente, se detiene, se hace el silencio mientras aún retumban los ecos de las últimas explosiones, las luces se extinguen y una neblina hecha jirones encapota el cielo y trae a nuestra nariz olores tristes de final, saliva amarga y deseos de que septiembre se demore. De que las tormentas finales nos den un respiro de calor y sol, tumbados entre rizos de mar o amaneceres en la montaña.

Cuando agosto termina todos miramos hacia atrás y escrutamos nuestra sombra, esperando verla al menos lo suficientemente alargada para sentirnos satisfechos y guardar en nuestra retina y nuestra memoria un mes que sí vivimos como queríamos vivir los otros once.

Agosto tiene sabores inesperados y desconocidos, de amistades nuevas, de pérdida de las que creíamos consolidadas. Sabe a aventura y libertad, mientras nuestra cartera se desangra en cada consumición.

Agosto lleva el nombre del primer emperador, el que logró casi cuarenta años de paz interna en el Imperio. Por eso -y que me perdone César Octavio Augusto- su mes está reñido con la frugalidad y la economía.

Agosto es un mes para celebrar y para compartir tiempo, caricias fugaces y gestos de complicidad a la vista de una poza, un pantano o el inmenso mar.

Agosto nos hiere el alma de nostalgia de plenitud, de ambrosía prohibida, arrebatada por la necesidad de pagar la letra del coche, el alquiler de un piso o, los más afortunados, la hipoteca de un hogar en construcción.

Agosto tiene muchas imágenes útiles para nuestra vida, pensemos por ejemplo en el desengaño y los castillos de arena, que apenas sobreviven a la crecida de la marea y, al día siguiente, con suerte son una masa informe, donde quedaron sepultados nuestros proyectos de grandeza y derrumbadas nuestras ilusiones de alcanzar ese Cielo en la Tierra que nos prometieron, pero que nunca parece llegar.